Este libro, más que un esfuerzo exhaustivo para tomar "retratos", es una ventana abierta en poco más de 50 caras. Una lente que nos brinda una mirada breve pero cercana a las vidas y recuerdos de decenas de ticos y ticas. Es solo un fragmento del impresionante mosaico que conforma la nación costarricense mientras celebramos el bicentenario de nuestro país. Es en parte documento testimonial, en parte caleidoscopio, en parte espejo. Un espejo fragmentado y arbitrario, sin duda. Pero después de todo, ¿qué son los espejos sino objetos que devuelven una imagen imperfecta y en constante cambio? El libro-espejo, al ofrecer dos imágenes distintas juntas (una visual y otra textual), busca crear una imagen tridimensional de las personas retratadas que sea más cálida, cercana y, esperamos, profundamente humana. Debido a que las palabras y las imágenes se complementan, se superponen. Se hablan entre sí y con nosotros al mismo tiempo, ayudándonos a entender cosas que de otra manera no podríamos: de dónde vino esa expresión; cuántos caminos recorrió esa sonrisa antes de ser capturada en una foto; qué recuerdos habitan esos ojos brillantes cuando están debajo de los párpados cerrados por la noche.
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